La piel que habito

(Aplausos a Pedro Almodovar por regalarme este concepto)

Alguna vez les conté que soy una millenial que creció en las subculturas de lo emo y la extrema delgadez, pues bueno… hoy les cuento que mientras crecía en ese contexto, desarrollé algunos temas enfermizos con la alimentación. Si bien entiendo que muchos de ellos los heredé de mis padres y la cultura méxico-americana, que valoraba a las mujeres por su belleza, fui yo quien perpetró esos juicios y comportamientos conmigo misma. Entiendo que el sobrepeso, en un plano psicológico, tiene trasfondos importantes de trauma y heridas, que no voy a mencionar con nombre y apellido aquí, pero quiero que sepan que yo ya identifique las mías, así que no tengan miedo por mi. 

Tuve problemas de sobrepeso,
hoy sigo teniendo sobrepeso pero ya no es un problema 

Mientras crecía, me convertí en la chica de las mil dietas. Seguramente tú conoces alguna así, y si no la ubicas, tal vez tú eres esa chica…

¿Quién es esa chica de las mil dietas? Ella vive en una constante crítica hacia su propio cuerpo y el de quienes la rodean. A veces logra controlar su peso con dietas extremas e insostenibles, que obviamente deja después de un tiempo y así regresa a su yo habitual; otras veces, solamente logra pequeños avances que pierde en unas vacaciones de verano. 

Esa persona era yo. Hice todas las dietas que existen, con todos los nombres que existen: jugoterapia, La Zona, Atkins, que posteriormente se convirtió en un KETO o Dirty Keto, dependiendo de lo intenso que te pusieras con las restricciones. Sin embargo, creo que hubo dos momentos en mi vida alimenticia que marcaron un parteaguas en mi autoestima. 

El primero fue a los 15 años, cuando después de haber dado mi primer beso al niñete punk de la secundaria, él decidió que aunque le parecía atractiva por mis gustos musicales y mi cara, era muy gorda para poder ser su novia. Así que decidió besar a una gran amiga mía y con ella si entablar una relación. Lo digo una y mil veces “hay que ser amables con las personas porque no sabes cuando los podrías marcar de por vida”. En mi caso, yo solo necesitaba eso para dejar de comer. Decidí que nadie iba a rechazarme por mi peso y que sería yo quien rechazaría a quien no cumpliera con mis expectativas, si de cánones de belleza se trataba.

Fue en ese momento, que como dicen los nutriólogos, no hice una dieta sino que cambié mi “estilo de vida” jaja. Lo digo en un tono irónico porque lo único que hice fue dejar de comer y usar cada minuto que tenía libre para hacer algún tipo de ejercicio. En 6 meses yo había logrado bajar 20 kilos. Ya no era la gorda, tampoco la flaca, pero minimo ya no resaltaba. Pasaron 6 meses más y bajé 40 kilos. Sin embargo, ese “estilo de vida” empezó a afectarme. Mi pobre hermana dice que en ese capítulo oscuro de mi existencia, perdió a su amiga de meriendas. Se dio cuenta de que por un par de meses, perdí mi regla y que estaba desarrollando algún tipo de anorexia; también dice que yo era insoportable… no sé si lo piensen también pero no hay nadie más molesto que un ex-gordo a dieta, como un exdrogadicto convertido al cristianismo.

Gracias a la vida mi instinto de supervivencia es muchísimo más grande que mi vanidad, así que dejé ese estilo de vida y empecé a comer un poco más, dejé el ejercicio enfermizo y ya solo una semana al mes, me alocaba un poco, y hacía dos o tres ayunitos prolongados para mantener lo logrado  pero volvía a la normalidad. 

Para esas alturas, ya era delgada, pero además era muy bella… con la piel blanca como la leche y un cabello oscuro lacio y largo, mis ojos hablaban por sí solos, encuadrados con mis pómulos que al venir de una familia grande esta vez sí hacían que me notara. 

Si ahora lo pienso, agradezco al universo que pasó justo en ese momento… yo estaba llegando a los 18, entrando a una preparatoria pública después de una vida entera de escuelas privadas. Me veían, me sonreían y nadie se metía conmigo, a menos que yo quisiera -guiño, guiño-. Fue en esos años que conocí a quien ahora es mi actor de reparto… tan falta de vergüenza como solo yo misma, lo noté de lejos y lo conquisté con esos ojos, y mi gusto por escuchar historias. Le robé el corazón, sin contarles de la nube de hormonas que se levantaba cada que estábamos juntos. 

Así que como lo mencioné antes, siendo la chica de las dietas y al haber encontrado el amor, me dí el permiso subconsciente de soltar la dieta y como la historia que ya se contó, todos los kilos bajados se recuperaron y se empezaron a apilar cada vez más. Mi novio, por su parte, tuvo su propia historia de amor y tristeza relacionado con un “Me gusta más la otra persona más flaca…” así que él también dejó su propio “estilo de vida” y juntos volvimos a engordar. 

Nada importaba ya: eramos la pareja de gorditos que se amaba y punto… pero no era real, yo seguía inmersa en mis estándares de belleza que día a día me reprochaban el seguir gorda. Siempre me justificaba con frases como “es que son kilitos de las fiestas”, “estoy inflamada porque ya me va a bajar.” Cosas que eran reales pero también excusas para no aceptarme y ya. 

Como dicen en un podcast que amo “la historia es todo, menos lineal”,  y aplica a este momento en el que me recuerdo en el aspecto físico y alimenticio de esa época. Así como me juzgaba y regañaba, también era una gordita que iba al gimnasio, viera o no resultados, probaba ejercicios nuevos todo el tiempo y era fit… pero también era una atascada que se tomaba siete tarros de cerveza de litro en una noche, comía con ensalada pero cenaba papas fritas… yo no era una gorda lineal, era 360°. 

El segundo evento canónico fue cuando mi coprotagonista me pidió matrimonio. En ese momento, yo pasaba por un lapsus de “¿Qué me importa? Yo soy gorda y así soy, ¿qué tiene?” Entonces inicié la preparación de la boda. Tenía todo, menos una dieta… porque mi esposo me quiso gorda y así me casaría también. 

Por obra del destino o lección del universo, mi boda se pospuso 3 veces a causa de la pandemia. Fue después de que se pospuso la primera vez que ese lapsus ya había pasado y dije “Estás loca, solo te casas una vez… ¿Quién tiene dos oportunidades para esto? Te vas a poner en la mayor de las dietas” y así fue. Conocí a una gran nutrióloga que trabaja con un método muy apegado al keto pero con acompañamiento de suplementos para no afectar tanto al sistema. 

Así que inicié la dieta y bajé 5, 10, 15 hasta 40 kg nuevamente; el ejercicio incrementó 50, 70, 100 minutos al día, fuerza y cardio claramente, pues solamente así el banquito de grasa se iba a mover… yo estaba logrando el peso anhelado desde que tenía memoria, pero ya no tenía quince años y mi piel se adelgazó, tan delgada como el papel se colgó un poco, luego un poco más, el pelo se me cayó, y cuando me daba estos permisos de un pancito o un chorrito de leche en mi café, pagaba con creces los días de malestar sólo por ingerir algo que no estaba en mi “Estilo de vida”. 

Yo no creo en dios, pero el dicho “los caminos de dios son misteriosos” me encanta porque pienso en el por qué pasan las cosas. Así, que cuando se pospuso mi boda por segunda vez, la rigidez de ese estilo de vida ya me había sumergido en una depresión que yo no entendía. Tuvimos que vivir una escena dramatiquísima y digna de un oscar para mi actor de reparto, pues con muchas palabras en un soliloquio que me cuesta ahora recordar, me hizo darme cuenta de que tenía que ir al psicólogo. La dieta, el ejercicio, la espera de mi boda, entre otras cosas, me estaban cobrando factura y no solo en mi piel y mi pelo… sino en mi relación. 

Así que busqué a una persona, la única que alguna vez me hizo preguntarle “¿Qué te pasó?¿Que te hiciste? Eres otra persona” y me respondió “Fui a terapia y me gradué jeje”. Le pedí que me compartiera el contacto de su psicólogo, pues entendí que era necesario que dijeran eso de mí: “¿Qué te pasó?¿Que te hiciste? Eres otra persona”. 

No voy a profundizar en la terapia porque nos llevaría 17 capítulos de esta historia, pero una buena vez, mi psicólogo me pidió que renunciara a algo en mi vida, pues todo requería un nivel de rigidez y entrega que no era posible mantener por mucho tiempo, así que contemplé las opciones: 

Cosas de mi vida 

Razones por las que no puedo renunciar a ellas

  1. Trabajo 
  1. Pareja
  1. Familia 
  1. Mi boda
  1. Mi Dieta
  1. Mi Ejercicio
  1. Si renuncio a mi trabajo ¿Cómo pago mi boda?   
  2. Si renuncio a mi pareja ¿Con quién me casaré? 
  3. Si renuncio a mi familia ¿Para qué me caso? 
  4. No voy a renunciar a mi boda
  5. Si renuncio a mi dieta ¿Qué puede pasar? Hago el vestido más grande, igual ni lo han empezado a hacer 
  6. Tengo que tener condición para bailar toda la noche 

Así que tuve que dejar MI DIETA. Siendo honesta, esas no fueron todas las razones por las que decidí renunciar a la dieta, pero creo que se dan una idea de por qué fue lo único que realmente en ese momento sentí que podía soltar. Así que lo solté y ¿Sabes que paso? Me dolió mucho… todo mi cuerpo estaba debilitado por la dieta y al soltar la rigidez, me dolió el estómago, el intestino, me dolió hasta la piel. 

Y no les voy a mentir, mientras subía de peso noté que la forma en la que la gente te trata, también cambia. Si es muy diferente vivir flaco que gordo, pero mi cuerpo me estaba dando una lección completa en ese momento y con tanto dolor. 

Mi cuerpo me enseñó que yo no soy una persona delgada, no es mi genética, no soy delicada ni siendo flaca, soy valiente, soy desvergonzada y soy musculosa. Ahora soy intolerante a varias cosas que antes no, pero también he aprendido a vivir privándome de ellas para estar bien, o lidiando con el malestar cuando el antojo es más grande que mi miedo de sufrir unos pedillos.

Ya que fui flaca y gorda y flaca y gorda, me comprobé que yo puedo ser lo que YO quiera pero por ahora prefiero ser feliz. Por primera vez en toda mi vida, todo mi closet es de mi talla, no hay una sola prenda con la etiqueta “Para cuando baje unos kilitos” y tuve que aceptar que mi esposo es mi primer amor pero el cafecito con pan el segundo y eso no lo voy a dejar de disfrutar por ser una talla u otra. Porque en mí ya se rompió ese paradigma, ya no necesito entrar en ese molde y me prometí a mi misma que no volvería a hacer una dieta a menos que por salud se requiriera. 

Sin embargo, tengo cicatrices. Si bien solo les cuento dos capítulos de bajadas dramáticas de peso, estuve a dieta 25 años de mi vida, y subir y bajar tanto de peso deja cicatrices, especialmente en la piel. Hoy sin verguenza les cuento que siento que mis brazos y mis senos son como globos desinflados, no hay ejercicio o tratamiento que recupere su estructura, pues la estiré demasiado; y sin vergüenza también les digo que me operaré, me quitaré ese exceso en los brazos y rellenaré esos senos porque verlos solo me recuerda lo poco que me quise mientras crecía y no me da la gana seguir recordando eso. 

Por salud a mis 33 años tuve que hacer pruebas de TODO mi cuerpo y resultó que no solo soy una persona sana, sino una persona super sana, y les puedo decir que gracias a las mil dietas que hice, ahora entiendo mucho de mi cuerpo y lo que le pasa, sé cómo calmarlo y sobretodo cómo alimentarlo de forma balanceada.

Ahora tengo un estilo de vida lleno de claras de huevo, espinacas con calabazas, cafecitos y como dice mi esposo “todo el pan que pueda probar.” Nunca había estado en mejor forma a nivel muscular, aunque sí había estado mucho más delgada. A veces le pregunto al actor de reparto “¿Cómo te gusto más: flaca o gorda?” Y lo detengo antes de contestar, pues si mi sobrepeso es un problema es solamente MI problema. 

Después de 15 años de aventura y autoconocimiento solo puedo decir que buscaré disfrutar… el restaurante famoso del tiktok o el que me comentó mi amigo chef en aquella reunión. Porque yo soy la piel que habito y la habitaré con respeto, amor y mucho mucho placer

Gracias eternas a Jackie Villa, amiga eterna que revisa cada uno de mis escritos para asegurarnos de no publicar barbaridades ortográficas.


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