Para encontrar la razón el día que ella deje mi cuerpo. 

El diario que tengo que leer cuando olvide mi vida

Hoy decidí escribir sobre lo que acontece en mi vida. Hoy decidí escribir porque me está pasando la vida en dificultad máxima con una enfermedad crónica en la familia, y una depresión antes desconocida para mi. 

Decidí escribir porque soy esa mujer proveniente de los matriarcados mexicanos, esos que te dicen “Se tiene que poder” y “Soy chillona pero chingona”, que me han ayudado a hacer cosas imposibles, pero que me llevan a pensar que no hay forma de soltar. En mi conciencia no instalaron ese firewall, que te protege de quemarte, que te dice que hay que soltar cuando es demasiado. De verdad creo que no es posible para mi, aunque sea no de forma consciente, soltar.

Mi paquete es muy grande, estoy cansada… ya perdí la cuenta de las veces que he querido renunciar, pero no me es posible. Entonces un pensamiento invade mi mente, la única salida es perder la razón y no en un sentido de “¡alóquense niñas! ¡Waaa! Nos vamos a tatuar”, o llenar la tarjeta entre un arrebato de consumismo y un “Esa blusa, me dará una mejor vida”.  

cuando lo pienso, siento que eso es lo que en realidad está pasando, que estoy perdiendo la razón así, como cuando uno empieza a caminar y no se detiene, tan romántico como lo vemos en Forest Gump y los 7 años en los que decide seguir corriendo, pero un poco más tercermundista y menos romántico; como el vagabundo que habla solo, o el que rockea una caja de cartón, viviendo en su propio mundo porque el que compartimos fue demasiado para ellos.

Ahora sí, Hada sin razón, 

¿Quiénes somos?¿Por qué es importante recordarnos? 

Eres una treintañera cualquiera, que en un año como el 2025 transita entre el anhelo de ser madre y el de correr a los brazos de la suya cuando la vida se pone muy difícil. Eres una treintañera, pero ya te sientes como de 40. 

En tus años mozos te enfiestaste mucho… Eme, U, Ce, Ache, O: Mucho. Eres la F de la “Fiesta” eso sí gracias a Jonás y tu falta de liquidez nunca te metiste más que alcohol, y algo de tabaco. Las drogas suaves te dan para abajo y las duras, te dan miedo. 

Estás esperando que tu esposo, el amor de tu vida, reciba un trasplante renal (te hablaré de él en otro momento, sólo importa que sepas que tienes la mitad de tu vida con él y él tiene la mitad de tu corazón), y está siendo mucho para ti, como persona, como esposa y como soporte emocional. Lo extrañas y cuando estás con él, te duele verle… quieres hablarle y solo vienen ideas de su condición, después de tantos meses decides mejor quedarte callada. 

Diriges dos negocios familiares: una con tu esposo y tu socio (que a veces parece tu hermano o tu hijo) y otra con tu papá, quien por alguna razón también a veces parece tu hermano o tu hijo. Dice tu psicólogo y psiquiatra que la vida te hizo administrativa por necesidad de controlar algunas de las situaciones mientras crecías, y es cierto, pero también es real que a los 3 años le quitabas el cambio a tu mami para divertirte contando: “¿Cuánto era?, ¿De qué denominación eran las monedas? Y si junto ésta y ésta, ¿cuánto será?”. Ahora controlas dinero, inversiones y gastos. Te gusta mucho lo que haces y todo lo que has logrado. 

Tus hermanos son tus mejores amigos, y tus mejores amigas son como tus hermanas. Últimamente, no has cuidado a ninguno de ellos, pero siguen ahí, resarciendo la razón en ti, escuchándote y entendiéndote. Tu papá es el mejor vendedor del mundo y una gran persona para divertirte; tu mamá es la leona más protectora. Tus papás eran muy mala compañía cuando estaban juntos pero trás un tórrido divorcio, entendiste que los amarás a pesar de todo lo que pueda pasar.

Y pues a lo que te truje chencha… ¿Quién eres? Es importante que lo recuerdes porque te caes muy bien y te gustas toda tú. Cuando eras jovén, tuviste problemas de sobrepeso, y aunque sigues con sobrepeso entiendes que no es un problema. Has ido a muchos doctores y te dicen que la salud es relativa a cada cuerpo, y el tuyo es super sano.

Volviendo a aquello de que has estado la mitad de tu vida con Jonas: tienes que saber que no te tocó hacer uso de esas aplicaciones de citas que todos conocen… donde recorres una interminable lista de fotos y descripciones, que bien pueden ser realidad o un ejercicio de escritura justo como esté. Sin embargo, si fueras una usuaria de esas apps, yo me imagino que te describirías de la siguiente manera (y solamente te gustaría conocer gente que te diga las cosas así de claras): 

Hada Monroy

  • 33 años. 
  • Empresaria
  • Amante de maldecir
  • Amante de la comida. 
  • Amante de una buena plática. 
  • Gordita de corazón. 
  • GymCat (sí voy, y me gusta, pero solo voy cuando se me pega la gana)
  • Hermana chiquita y mandona 
  • La amiga que se porta como tu mamá (te da itacate, y se ataca con tus aventuras de una noche)
  • Amante de la joyería, pero a los 33 solo tengo bisutería. 

¿Cuáles son mis sueños?


No tener deudas. 


Casarme con mi esposo en todo el mundo. 

Tener empresas donde no exista la rotación de personal porque la pasan muy bien trabajando para mí. 

Comprarle una casa a mis hermanos


Comer y beber en todos los restaurantes recomendados, sin importar el tipo o el costo.

Ser la razón por la que mi gente amada disfrute siempre de un buen plato de comida

Las razones por las que no las he cumplido:

Me mama gastar, pago la tarjeta para volverla a llenar.  

Siguiente boda Hawaii 2027.

Sigo preparándome para ser la mejor jefa del mundo.


Por que aún no te ganas loteria, y las casas son muy caras.

En proceso ¡Ya lo verán! 

Apenas le puse nombre a este sueño, pero lo vamos a lograr.

Muy organizadita, dirás tú pero así es como sueles pensar. Unos dicen que eres cuadrada, yo digo que soy certera. Sin afán de juzgar a mis padres o a mi linaje, sé de buena fuente que su infortunio económico y emocional nos envolvió a todos en un remolino incontrolable, y de ahí mi amor por lo controlable.

¿Pero por qué perdiste la razón?

Como lo puedes intuir, eres una persona que es mucho… Mucho de todo: de sentimientos, de ruido, de comida y de sonrisas pero también de muchas preocupaciones, de mucha ansiedad y muchas ganas de tener el control. Las certezas son un must, en tu comida, en tu trabajo, en tu casa, y en tu amor. 

Hace algún tiempo, tu esposo fue hospitalizado por enfermedad renal crónica y tu mundo se puso al revés. Hacía varios años que él tenía sensaciones de malestar que lo hacían volverse el enano gruñón de blancanieves, pero en el ejercicio de no maternar dejaste que fuera él quien buscará la respuesta a lo que le ocasionaba ese malestar… esperó y tardó pero cuando la encontró fue un poquito antes de ser demasiado tarde. 

Recuerda ese día, te dijo que tenía cita en el doctor… te dijo mal la hora pues sabía que lo que sea que escucharas te pondría con los nervios de punta y así como lo planeó (pero le salió mal), llegaste antes de tiempo… y solo unos minutos tarde al diagnóstico. Tenía el potasio a punto de ocasionar un paro cárdiaco y toda la química sanguínea peligrosamente tóxica. 

Lo hospitalizaron un día después… tú fuiste fuerte, pues por fin estrenabas el modelito de mujer todopoderosa que aprendiste de tu madre, dormiste 4 noches en el lugar y sentías algo adentro que se desenvolvía, algo oscuro y se volvía a envolver. Dejabas salir la preocupación con palabras, pues era lo único que tu temple estoico y pragmático te permitía. Sólo repetías “Nos dimos cuenta a tiempo”, “Nos dimos cuenta a tiempo”. Fue hasta que saliste del hospital que prendiste la televisión y pusiste tu película de lágrimas (o así le llamas al principito) para poder soltar físicamente esa oscuridad que estuvo acompañando todos esos días y lloraste, berreaste, te acurrucaste con él y repetías, “estuvo muy difícil lo que acaba de pasar, estuvo muy difícil.” 

Creo que hay muchos marcadores sociales de cuando una persona se convierte en adulto: la menstruación, la primer relación sexual, la primer borrachera o incluso cuando compras tu primer automóvil. Yo, hasta ese día, creía que nos convertimos en adultos cuando compramos nuestro primer colchón matrimonial, que de la emoción rompiste nomás llegar a casa, claro que lo hiciste sin querer, pero lo hiciste. 

Por años cuando se hablaba del momento donde más adultos se sintieron, tu historia del colchón se repetía, con carcajadas pensabas “mi vida ha sido fácil, diferente y más que nada original pero fácil”. 

Toda la dificultad vivida la habías elegido, toda el hambre y la escasez la superaste con el afán de no volver con tus padres. Saliste adelante con Jonas de tu mano prestando a veces todo lo que tenía, a regañadientes y peleando contigo por ser tan terca y cabrona, demandando coherencia una y otra vez pero acompañándote en tus decisiones más alocadas siempre. 

La vida había sido fácil, hasta ese día que te encontraste enterrada en trámites de seguros, en llamadas y mensajes interminables de ¿cómo se encuentra tu compañero? y con el sentimiento dentro de que algo se estaba rompiendo…

O también puede ser por tu trabajo, cuando decidiste por tu carrera sabías que lo tuyo lo tuyo era el comunicar… muchas veces mamadas, muchas veces realidades, pero siempre estar comunicando. Querías ser periodista, inspirada por tu entonces novio que quería hacer documentales. Sin invitación te sumaste a su plan, dijiste él graba y tú preguntas. ¡Qué gran historia de vida, qué gran historia de amor!

Así que te fuiste tendida a ver tus opciones, tus papás ya tenían varios años en banca rota y tú un promedio de la preparatoria un poquito deleznable. Buscaste opciones en la universidad pública por supuesto, y solo podías decidir entre periodismo y comunicación pública, pero las condiciones decidieron por ti. Periodismo sólo se estudiaba en Ocotlán y tú de ninguna manera podrías costear vivir lejos o ir todos los días a un pueblo en las afueras de la gran ciudad. Eras demasiado snob para eso. 

La opción fue comunicación pública, una carrera con un tinte justo como me gusta snob, que vendían sus mismos estudiantes y maestros como una carrera élite, que en ese entonces solo se enseñaba en dos universidades en todo México y que su perspectiva antropológica y social la diferenciaba 100% de cualquier “Ciencias de la comunicación” de cualquier universidad, incluso de universidades privadas. Con tu genialidad y ese anhelo eterno de ser única y detergente, pero con tu promedio deleznable, decidiste usar una palanquilla por ahí que sin importar tu resultado en el examen público, te daría el paso a esa carrera. Esa decisión por mucho tiempo te causó inseguridades, saber que probablemente le quitaste el lugar a alguien que lo merecía, y decidiste nunca comprobar si entraste por tus conocimiento o por palancas. El síndrome del impostor no te dejaría terminar. 

Haiga sido lo que haiga sido, ya estabas dentro y después de una año sabático, lo único que anhelabas era aprender, entender e informarte. Disfrutaste cada uno de tus días en la carrera, y por alguna razón eso te hizo creer que si entraste por palancas aunque sea, no lo desperdiciaste.

Unos años después de terminar la carrera, lo investigaste y confirmaste que te ayudaron a entrar, aun así hoy no me arrepiento y considero que aproveché todo lo que esa carrera tenía para darme. 

Pero un día se terminó… era momento de buscar trabajo en el campo de estudio, Community Manager, Copy o periodista. De CM y Copy sabías que no tenías futuro menos enfrentándote con los 27 estudiantes que salieron de tu generación (que sí se ganaron su lugar) y los 25 de la anterior. Podrías ser periodista pero como siempre uno iniciaba desde abajo… y si de algo tienes que estar segura es que a ti no te gusta mucho estar debajo de otros, si lo vas a hacer es para ti misma. 

Fue así como empezaste con la producción audiovisual. Lo hiciste todo: asistente, runner, productora…  Y te sacó adelante, comías, te dío las tablas para ver el valor del talento, valor de aquello que no es palpable. Al mismo tiempo, emprendiste con tu novio y un socio -hermano que mencione antes- que no era mi amigo, compartimos preparatoria, y en ese momento era todo lo que necesitaba para confiar en él. 

Unos años después, tu casa productora empezó a levantarse, tras decidir apostar por crear una empresa y no solo crecer como individuo. Tienes 28 años y ya facturas un par de millones al año, no eran todos para ti… y mucho menos para tus lujos, pero por fin estabas tranquila. 

Creces, creces, vendes y vendes hasta que como equipo nos dejamos llevar por la promesa de un proyecto muy grande y nos aventamos a una gran inversión, y bien dicen… más vale pájaro en mano pues cuando pasó el tiempo, el proyecto no sé cerró. Pero las compras del equipo y las contrataciones de empleados ya estaban hechas. 

Lucharon con uñas y dientes por sacar a flote la empresa, aprendiste a manejar las inversiones, a determinar cuándo conviene desintegrar al equipo antes de que este te desintegre a ti. Hoy ya no te arrepientes, pues todo lo que pasó mejoró tu experiencia como empresaria y la cautela en tus decisiones, pero en ese momento dolió mucho. 

Para salvarlo tuviste que hacer muchas cosas, entre ellas dejar de trabajar ahí. Te ofrecieron un puesto en el negocio familiar y tú, sin saber cómo ibas a pagar los sueldos en la siguiente quincena, lo tomaste. 

Entraste con la promesa de heredarlo en un año, pero así como les gusta a los boomers, tuviste que comprobar que sabías cómo y que valías la pena como heredera. Con un sueldo bajísimo y muchas expectativas de parte de tu jefe (tu papá) tuviste que conocer la empresa, entender el negocio y empezar a organizarlo para convertir un changarro provechoso en una micro-empresa.

Lo cuento ahora como un tweet fácilito, 140 caracteres de meritocracia y vámonos… pero la realidad fue otra, luchaste por 18 meses no con tu papá, sino con la relación tan disfuncional que tenían… luchaste con tu ego y el suyo, que compartiendo ADN era claro que se parecían mucho. Dijiste tantas veces “No soy tu asistente” como “¿Por qué chingados lo están haciendo así?”. Digitalizaste, vinculaste, profesionalizaste el negocio, pero sobre todo sanaste la relación que tenías con tu padre pues hoy sabes que lo vas a amar siempre y lo que te podría lastimar ya no existe.

Tu familia rota… es otra cosita por la que la razón pudo haber dejado tu vida, hoy no te quiero contar pero la irás conociendo poco a poco. 

Entonces no perdamos de vista que todo ese tiempo luchaste, al mismo tiempo que luchaste por tu casa productora, por tu esposo, por tu negocio familiar, por tu familia rota. Todo ese tiempo fuiste fuerte. 

Te forzaste a seguir adelante pero la razón decide por sí sola cuando es suficiente; y a ti te lo dijo con colitis, gastritis y dermatitis. Te gritó ahora sí que con pedos y rojeces que estabas haciéndote pasar por demasiado y tú no lo escuchaste. Después te gritó con ausencia, y dejaste de sonreír, de sentir. Intentó sacarte de ti para que vieras lo imposible que era que siguieras así para siempre y ahí escuchaste, un poco… dejaste paquetes ajenos y dibujaste limités muy simples. 

Entendiste lo adolorido que estaba tu espíritu y entraron los ansiolíticos y antidepresivos pero ya no fue suficiente, ya se había abierto esa grieta que sentías en tu interior. Las pastillas sirven para que no crezca el hueco pero no lo cierra, así que la razón a veces se fuga por ahí y en su lugar, queda una criatura que ataca y daña a quien sea que esté presente… y sale pocas veces pero hoy ha hecho que tu jefe te pida que trabajes en casa, tu esposo te trate con pinzas y decida no decirte las cosas, hace que tus amigas se detengan de hacerte parte de su pesares y todo porque te detuviste hasta que ya estabas rota.

Este escrito no es un reproche, sino una crónica pues no es poco lo que ha pasado y esto que acabas de leer es un resumen de un sin fin de acontecimientos estresantes, cansados y adultos. Es un sin fin de explicaciones por las cuales la razón debería irse para siempre y dejarte hablando con la pared y cantando bajo la lluvia pero también es un esfuerzo por reconocer aquello que te ha lastimado y que ha abierto esta grieta, para vendarla, cuidarla y sanar el espacio por donde se me escapa la razón. 

Pues como dice Albert Camus en el mito de sísifo: 

“No hay sino un problema filosófico realmente serio: Que la vida vale la pena o no, ser vivida”

Y la respuesta en tu corazón aún sigue siendo que sí vale la pena pero la quieres vivir consciente, aunque duela, quieres que la razón te acompañe y te deje disfrutarla. Si la razón nos dejó, hay que traerla de vuelta poco a poco y sin forzarnos. 

Te quiero Hada 

Te quiero Feliz 

Te quiero viva

Gracias totales a mi hermosa amiga y hermana Jacquelinne Villa por prestarme sus ojos y evitar que haga el ridículo, con más de una aberración ortográfica.


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Una respuesta a “Para encontrar la razón el día que ella deje mi cuerpo. ”

  1. Hola, te amo y me ha encantado leerte para apcompañarte aunque sea desde afuera pero con el corazón desde adentro.

    Eres magia, y tus papás ya lo sabían cuando te nombraron, querida Hada.

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